Ruanda es un país pequeño, cuya representación en un mapa de África no suele ser más que un diminuto espacio aislado en su confinamiento como aisladas están las fortalezas que se sitúan en lo alto de una montaña. En un enclave que se caracteriza por su altitud y por la pluviosidad: aguaceros periódicos que provocan una altísima erosión y la consecuente pérdida de material del suelo, parece difícil imaginar que alguien pudiera establecer una sociedad de agricultores y ganaderos. Sin embargo, así ha sido desde hace muchos siglos.
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La sociedad Ruandesa destaca en África por una característica inimaginable: el país está habitado por una sola comunidad, los banyaruanda. Pero la historia reciente que todos reconocemos está salpicada de catástrofes humanas que en occidente hemos querido asociar indudablemente a motivos raciales o étnicos. En Ruanda, sin embargo, no existe una diferenciación tribal o racial; la división es en castas. Por un lado los tutsis, que siempre han sido ganaderos y suponen un 14% de la población, por otro los hutus, tradicionalmente agricultores y que alcanzan un 85% de población y en último lugar los twa, minoría del 1% que han sido, normalmente, criados. No se conoce con exactitud el momento en el que se estableció la diferenciación, pues si bien es cierto que fueron los distintos gobiernos coloniales (Alemania y Bélgica) los que acentuaron la polarización de la sociedad, hay que remarcar de nuevo que las castas sociales siempre han estado bien definidas. Parece ser que fueron los hutus los que llegaron primero, procedentes del sur y el oeste, mientras los tutsis lo hicieron desde el norte; sin embargo, han sido los tutsis los que siempre han gobernado el país, bajo una monarquía tutsi cuyo origen no es del todo claro, dado que no existen escritos de la época. Es decir, por un lado, tenemos una minoría dirigente, dedicada a la ganadería y cuyo rango se diferencia en relación al número de cabezas de ganado que posea cada familia y por el otro a una mayoría agricultora, cuya población crece a un alto ritmo y que han de compartir terrenos con el ganado de la minoría gobernante. Si pensamos en la vecina Burundi, las características son extremadamente parecidas. Pero sobre todo coinciden en una cosa: son los países con mayor densidad de población de África, 10 veces superior a la de la vecina Tanzania.
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Si bien es cierto que prácticamente todas las cuestiones históricas, sociales o antropológicas que rodean al conflicto de Ruanda (y en menor medida a Burundi) han sido profundamente estudiadas, existen factores sobre los cuales se ha pasado de puntillas, intentando ignorar la importancia de estos en el desarrollo y desenlace del mismo. El hecho de que se hayan ignorado estos factores, no es más que una caracterización de la simpleza con la cual han sido tratados ciertos asuntos desde el mundo occidental. Habitualmente, el conflicto Ruandés es descrito como la aberrante explosión de los odios raciales acumulados a lo largo de los años, que habían sido acentuados por la dominación alemana (que vió con buenos ojos utilizar a la minoría tutsi para manejar el país a costa de la explotación y maltrato de los hutus) y posteriormente, belga, que habían continuado con la separación de castas, aumentando la diferenciación con ‘carnets’ de pertenencia a un grupo u otro. Sin embargo, ésta descripción no es del todo cierta o no se atañe a la realidad de lo acaecido durante el genocidio ruandés. De ser solamente un conflicto ‘racial’ entre hutus y tutsis: ¿por qué fueron asesinados casi en su totalidad los twa?¿por qué los asesinatos en las zonas mayoritariamente habitadas por hutus alcanzaron tasas muy similares a zonas con mucha población tutsi?. Son preguntas que dificilmente encuentran respuesta si realizamos nuestro análisis fijándonos en criterios puramente raciales.
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Población, deforestación y erosión.
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Sin embargo, ¿qué pudo haber influido en el asesinato de miles de hutus a manos de otros hutus?.
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Volvamos de nuevo sobre las características climáticas de Ruanda: altitud elevada y pluviosidad moderada. Ambas cuestiones han sido de gran importancia, influyendo en otro de los factores clave para entender el desarrollo del conflicto. La pluviosidad media acompañada de una gran altitud imposibilitaron el desarrollo de enfermedades como la malaria o la enfermedad del sueño, que causan grandes problemas en el resto del continente y que se reflejó en un mayor aumento de la población. Si bien es cierto que ya antes de la llegada de los europeos la densidad de Ruanda era bastante alta, los (pocos) beneficios aportados por los colonizadores (medicina, cierta estabilidad política y sobre todo, cultivos mucho más eficientes) posibilitaron que el país alcanzara una densidad de 458hab/km2, superando en los años 80 a países como el Reino Unido, que contaba en la época con una densidad de unos 368hab/km2. Sin embargo, mientras en Europa contamos con una agricultura mayormente mecanizada e industrializada, en Ruanda las herramientas principales del agricultor siguen siendo la azada y el machete. Esto se traduce en una mucho menor eficiencia del sistema agrícola Ruandés, que obliga a la mayor parte de la población a dedicarse a la agricultura dado que se producen muy pocos excedentes y desde luego, no los suficientes para alimentar a una población como la de Ruanda. Cabe destacar que, si bien en los 80 la densidad alcanzaba los 458 hab/km2 , en la actualidad se encuentra en unos 281hab/km2 y un número cercano a los 8, 7 millones de habitantes, con lo que se puede visualizar la importancia que tuvo el conflicto ruandés en cuanto a aspectos demográficos se refiere.
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Al principio de la segunda mitad del siglo XX y con un aumento poblacional notable en marcha, debido a las pocas mejoras que había sufrido la agricultura, los campesinos, en lugar de continuar explorando métodos de mejora de la eficiencia de sus cultivos, buscaban nuevos asentamientos que encontraban quemando bosques y desecando zonas húmedas, para así poder desarrollar su actividad.
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Sin embargo, las conocidas consecuencias de la deforestación, es decir, la pérdida de suelo fértil y el aumento de la erosión, no tardaron en aparecer, provocando el desalojo de cientos de campesinos que con las lluvias habían perdido sus tierras o simplemente, con el paso de los años, la pérdida de la materia orgánica del suelo a causa de la deforestación y la masiva erosión a la que eran sometidos los terrenos a tal altitud, así como la explotación intensiva necesaria para sobrevivir, habían quedado estériles. La elevada densidad de población, unida a las características ambientales del entorno se tradujeron en una deslocalización de campesinos que buscando tierras, vagaban por ciertas zonas del país, apropiándose de los terrenos más inhóspitos y por ende, más incultivables que podían encontrarse, pero eso sí: los únicos que quedaban libre. Tales circunstancias proporcionaban unas explotaciones de un tamaño ínfimo, con un rendimiento bajísimo y que, sin embargo, eran de vital importancia para sus propietarios, dado que dependían prácticamente al 100% para su supervivencia. No es necesario ser un genio para imaginar que para familias cada vez más grandes, con necesidades cada vez mayores y con unas condiciones ambientales muy duras, alimentarse no era sencillo.
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La consecuencia lógica que puede anticiparse es que, en un lugar donde unos metros de terreno es todo lo que separaba a una familia de morir de hambre, la propiedad de ese terreno fuera vital.
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Redistribución de la propiedad agrícola.
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Contando con el hecho de que, los propietarios de terrenos más grandes eran los que podían permitirse vender el poco excedente, con el cual obtenían un pequeño beneficio que acababan por invertir en la compra de terrenos pequeños aledaños a los suyos para así aumentar la próxima cosecha, no es de extrañar que hubieran muchas familias que, en una situación desesperada, podrían desear que la familia que poseía los mayores terrenos les ‘cediera’ de un modo u otro los mismos. El inicio del conflicto fue la chispa que dio lugar a la explosión de violencia vivida en el mundo rural ruandés. Las familias con menos terrenos eliminaron a las familias que poseían mayor extensión de tierras, redistribuyendo así las propiedades, sin embargo, no es difícil imaginar que casi siempre hay algunos más desposeídos, que continuaban con el ciclo asesinando a los que, con anterioridad, habían eliminado a los propietarios originales y dando lugar a una nueva redistribución de la propiedad. Y así hasta que, tras una masacre entre campesinos, el tamaño de los terrenos que se habían vuelto a redistribuir entre las familias o grupos que habían eliminado a los ‘últimos’ propietarios era tan pequeños, o si acaso poco mayor, que el terreno original con el que contaban. Ésta es una explicación de por qué en las zonas mayoritariamente hutus, las muertes habían llegado hasta casi el 6% de la población mientras en las zonas de convivencia tutsi-hutu habían alcanzado el 11%., cuando se suponía que el conflicto era, exclusivamente, una cuestión étnica o racial. En resumen, en 1994 surgió una oportunidad única para saldar cuentas y así redistribuir la propiedad agrícola.
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Aprender y recordar.
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Si bien es cierto que el factor ‘étnico’ o ‘de casta’ tuvo una importancia innegable en el genocidio ruandés, existen miles de muertes que fueron causadas por motivos ajenos al conflicto entre los hutus y los tutsis y sólo son explicables a través del análisis de las características ambientales que llevó a la población ruandesa a esa situación. La desesperación ante un clima cambiable, la pérdida de fertilidad del suelo y las cosechas cada vez menores pueden ser un cocktail mortal que necesite del más mínimo movimiento para explotar, como nos ha demostrado el caso de Ruanda, ante el cual hemos de aprender y prepararnos para, ante un futuro en el que la soberanía alimentaria es de vital importancia y el clima cambia inesperadamente y con las consecuencias más imprevisibles, podemos encontrarnos con situaciones similares a las que aparecieron poco antes de estallar el conflicto y que dieron lugar al mayor genocidio que hemos vivido en los últimos veinte años. Y esta vez mejor que estemos preparados para evitarlo.
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La sociedad Ruandesa destaca en África por una característica inimaginable: el país está habitado por una sola comunidad, los banyaruanda. Pero la historia reciente que todos reconocemos está salpicada de catástrofes humanas que en occidente hemos querido asociar indudablemente a motivos raciales o étnicos. En Ruanda, sin embargo, no existe una diferenciación tribal o racial; la división es en castas. Por un lado los tutsis, que siempre han sido ganaderos y suponen un 14% de la población, por otro los hutus, tradicionalmente agricultores y que alcanzan un 85% de población y en último lugar los twa, minoría del 1% que han sido, normalmente, criados. No se conoce con exactitud el momento en el que se estableció la diferenciación, pues si bien es cierto que fueron los distintos gobiernos coloniales (Alemania y Bélgica) los que acentuaron la polarización de la sociedad, hay que remarcar de nuevo que las castas sociales siempre han estado bien definidas. Parece ser que fueron los hutus los que llegaron primero, procedentes del sur y el oeste, mientras los tutsis lo hicieron desde el norte; sin embargo, han sido los tutsis los que siempre han gobernado el país, bajo una monarquía tutsi cuyo origen no es del todo claro, dado que no existen escritos de la época. Es decir, por un lado, tenemos una minoría dirigente, dedicada a la ganadería y cuyo rango se diferencia en relación al número de cabezas de ganado que posea cada familia y por el otro a una mayoría agricultora, cuya población crece a un alto ritmo y que han de compartir terrenos con el ganado de la minoría gobernante. Si pensamos en la vecina Burundi, las características son extremadamente parecidas. Pero sobre todo coinciden en una cosa: son los países con mayor densidad de población de África, 10 veces superior a la de la vecina Tanzania.
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Si bien es cierto que prácticamente todas las cuestiones históricas, sociales o antropológicas que rodean al conflicto de Ruanda (y en menor medida a Burundi) han sido profundamente estudiadas, existen factores sobre los cuales se ha pasado de puntillas, intentando ignorar la importancia de estos en el desarrollo y desenlace del mismo. El hecho de que se hayan ignorado estos factores, no es más que una caracterización de la simpleza con la cual han sido tratados ciertos asuntos desde el mundo occidental. Habitualmente, el conflicto Ruandés es descrito como la aberrante explosión de los odios raciales acumulados a lo largo de los años, que habían sido acentuados por la dominación alemana (que vió con buenos ojos utilizar a la minoría tutsi para manejar el país a costa de la explotación y maltrato de los hutus) y posteriormente, belga, que habían continuado con la separación de castas, aumentando la diferenciación con ‘carnets’ de pertenencia a un grupo u otro. Sin embargo, ésta descripción no es del todo cierta o no se atañe a la realidad de lo acaecido durante el genocidio ruandés. De ser solamente un conflicto ‘racial’ entre hutus y tutsis: ¿por qué fueron asesinados casi en su totalidad los twa?¿por qué los asesinatos en las zonas mayoritariamente habitadas por hutus alcanzaron tasas muy similares a zonas con mucha población tutsi?. Son preguntas que dificilmente encuentran respuesta si realizamos nuestro análisis fijándonos en criterios puramente raciales.
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Población, deforestación y erosión.
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Sin embargo, ¿qué pudo haber influido en el asesinato de miles de hutus a manos de otros hutus?.
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Volvamos de nuevo sobre las características climáticas de Ruanda: altitud elevada y pluviosidad moderada. Ambas cuestiones han sido de gran importancia, influyendo en otro de los factores clave para entender el desarrollo del conflicto. La pluviosidad media acompañada de una gran altitud imposibilitaron el desarrollo de enfermedades como la malaria o la enfermedad del sueño, que causan grandes problemas en el resto del continente y que se reflejó en un mayor aumento de la población. Si bien es cierto que ya antes de la llegada de los europeos la densidad de Ruanda era bastante alta, los (pocos) beneficios aportados por los colonizadores (medicina, cierta estabilidad política y sobre todo, cultivos mucho más eficientes) posibilitaron que el país alcanzara una densidad de 458hab/km2, superando en los años 80 a países como el Reino Unido, que contaba en la época con una densidad de unos 368hab/km2. Sin embargo, mientras en Europa contamos con una agricultura mayormente mecanizada e industrializada, en Ruanda las herramientas principales del agricultor siguen siendo la azada y el machete. Esto se traduce en una mucho menor eficiencia del sistema agrícola Ruandés, que obliga a la mayor parte de la población a dedicarse a la agricultura dado que se producen muy pocos excedentes y desde luego, no los suficientes para alimentar a una población como la de Ruanda. Cabe destacar que, si bien en los 80 la densidad alcanzaba los 458 hab/km2 , en la actualidad se encuentra en unos 281hab/km2 y un número cercano a los 8, 7 millones de habitantes, con lo que se puede visualizar la importancia que tuvo el conflicto ruandés en cuanto a aspectos demográficos se refiere.
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Al principio de la segunda mitad del siglo XX y con un aumento poblacional notable en marcha, debido a las pocas mejoras que había sufrido la agricultura, los campesinos, en lugar de continuar explorando métodos de mejora de la eficiencia de sus cultivos, buscaban nuevos asentamientos que encontraban quemando bosques y desecando zonas húmedas, para así poder desarrollar su actividad.
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Sin embargo, las conocidas consecuencias de la deforestación, es decir, la pérdida de suelo fértil y el aumento de la erosión, no tardaron en aparecer, provocando el desalojo de cientos de campesinos que con las lluvias habían perdido sus tierras o simplemente, con el paso de los años, la pérdida de la materia orgánica del suelo a causa de la deforestación y la masiva erosión a la que eran sometidos los terrenos a tal altitud, así como la explotación intensiva necesaria para sobrevivir, habían quedado estériles. La elevada densidad de población, unida a las características ambientales del entorno se tradujeron en una deslocalización de campesinos que buscando tierras, vagaban por ciertas zonas del país, apropiándose de los terrenos más inhóspitos y por ende, más incultivables que podían encontrarse, pero eso sí: los únicos que quedaban libre. Tales circunstancias proporcionaban unas explotaciones de un tamaño ínfimo, con un rendimiento bajísimo y que, sin embargo, eran de vital importancia para sus propietarios, dado que dependían prácticamente al 100% para su supervivencia. No es necesario ser un genio para imaginar que para familias cada vez más grandes, con necesidades cada vez mayores y con unas condiciones ambientales muy duras, alimentarse no era sencillo.
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La consecuencia lógica que puede anticiparse es que, en un lugar donde unos metros de terreno es todo lo que separaba a una familia de morir de hambre, la propiedad de ese terreno fuera vital.
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Redistribución de la propiedad agrícola.
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Contando con el hecho de que, los propietarios de terrenos más grandes eran los que podían permitirse vender el poco excedente, con el cual obtenían un pequeño beneficio que acababan por invertir en la compra de terrenos pequeños aledaños a los suyos para así aumentar la próxima cosecha, no es de extrañar que hubieran muchas familias que, en una situación desesperada, podrían desear que la familia que poseía los mayores terrenos les ‘cediera’ de un modo u otro los mismos. El inicio del conflicto fue la chispa que dio lugar a la explosión de violencia vivida en el mundo rural ruandés. Las familias con menos terrenos eliminaron a las familias que poseían mayor extensión de tierras, redistribuyendo así las propiedades, sin embargo, no es difícil imaginar que casi siempre hay algunos más desposeídos, que continuaban con el ciclo asesinando a los que, con anterioridad, habían eliminado a los propietarios originales y dando lugar a una nueva redistribución de la propiedad. Y así hasta que, tras una masacre entre campesinos, el tamaño de los terrenos que se habían vuelto a redistribuir entre las familias o grupos que habían eliminado a los ‘últimos’ propietarios era tan pequeños, o si acaso poco mayor, que el terreno original con el que contaban. Ésta es una explicación de por qué en las zonas mayoritariamente hutus, las muertes habían llegado hasta casi el 6% de la población mientras en las zonas de convivencia tutsi-hutu habían alcanzado el 11%., cuando se suponía que el conflicto era, exclusivamente, una cuestión étnica o racial. En resumen, en 1994 surgió una oportunidad única para saldar cuentas y así redistribuir la propiedad agrícola.
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Aprender y recordar.
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Si bien es cierto que el factor ‘étnico’ o ‘de casta’ tuvo una importancia innegable en el genocidio ruandés, existen miles de muertes que fueron causadas por motivos ajenos al conflicto entre los hutus y los tutsis y sólo son explicables a través del análisis de las características ambientales que llevó a la población ruandesa a esa situación. La desesperación ante un clima cambiable, la pérdida de fertilidad del suelo y las cosechas cada vez menores pueden ser un cocktail mortal que necesite del más mínimo movimiento para explotar, como nos ha demostrado el caso de Ruanda, ante el cual hemos de aprender y prepararnos para, ante un futuro en el que la soberanía alimentaria es de vital importancia y el clima cambia inesperadamente y con las consecuencias más imprevisibles, podemos encontrarnos con situaciones similares a las que aparecieron poco antes de estallar el conflicto y que dieron lugar al mayor genocidio que hemos vivido en los últimos veinte años. Y esta vez mejor que estemos preparados para evitarlo.
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D. Daniel Alcalde Güelfo