“Guerra santa” no es una traducción exacta del término árabe. Jihâd significa “el esfuerzo que persigue un fin”. Uno de los fines puede ser el de saber interpretar el Corán para hallar soluciones jurídicas a problemas nuevos. En este caso, se suele utilizar un término de la misma raíz, ijtihâd. Otro de los fines pude ser el esfuerzo por el perfeccionamiento personal, es decir, la lucha contra todo lo que impide acercarme a Dios. Es la lucha contra los propios vicios y pecados. Este jihâd es muchas veces considerado como el jihâd mayor, es decir, la lucha por excelencia, la lucha verdaderamente im
portante. En último término la lucha puede ser también una lucha exterior contra todos aquellos pueblos que impiden la vida del islam. Esta lucha menor ha legitimado desde el principio del Islam la guerras por su expansión.

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Sin embargo, el derecho a la utilización de la fuerza y el deber de usarla cesan si la victoria aparece dudosa, si no ha habido una propuesta formal de conversión o cuando los cristianos y judíos aceptan vivir en el interior de la dominación musulmana. Es evidente que la primera y la segunda condición faltan en los recientes atentados de Nueva York. Además jihâd sugiere la idea de una batalla, no de atentados terroristas kamikaze. Estos no forman parte de la cultura musulmana. Solamente los hallamos entre los siglos XI-XIII en la secta chiíta de los “asesinos”, que mataban príncipes sunitas en actos públicos. Como tales atentados suicidas parecían algo inconcebible en una persona en plenitud de facultades, se creía que los autores se drogaban con hashish (de donde el término “asesinos”) antes del atentado. Pero lo más importante en referencia al jihâd es que muchos intelectuales actuales defienden que sólo es válido como legítima defensa y jamás como ataque.