Thursday, July 12, 2007

TEDEUM-

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Mons. Villalba: “Todos tienen derecho a una vida digna”
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San Miguel de Tucumán, 9 Jul. 07 (AICA)
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Tedeum del 9 de Julio en la catedral de Tucumán
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“La vida es un don de Dios. La vida del hombre es sagrada e inviolable. “La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. Desde el primer momento de su existencia en el seno materno, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable a la vida”, afirmó el arzobispo de Tucumán, monseñor Luis Villalba, al presidir el Tedéum por el 9 de Julio en la catedral local, al que no asistió el presidente Néstor Kirchner.
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El prelado recordó que este derecho a la dignidad también debe alcanzar a los chicos de la calle, a los niños explotados laboralmente o que abandonan la escuela, a los jóvenes que son víctimas de la marginación social o padecen el flagelo de la droga, a hombres y mujeres desocupados, a las familias sin protección, y “sin duda” a los ancianos.
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A continuación el texto completo de la homilía:
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1. Los padres de la patria nos enseñaron a rogar y agradecer. Ellos sabían que la patria, su libertad, su unidad, su grandeza son, al mismo tiempo, empeño humano y don de Dios. Hemos venido a dar gracias a Dios por el don de nuestra patria argentina. te todo debemos agradecer a Dios, en cuyas manos providenciales y paternales está el destino de los pueblos y las naciones y de todos y cada uno de los hombres y mujeres de nuestra patria. Y bajo cuya reconocida e invocada soberanía salvadora, hace hoy 191 años, nuestro pueblo afirmó la suya. Desde aquel 9 de julio de 1816 en Tucumán, el Te Deum, es decir, la Acción de Gracias a Dios, Padre Providente, por el don de la patria terrena y la súplica filial y confiada, por sus necesidades, ha marcado el recuerdo de todas las generaciones argentinas. Hoy venimos aquí a implorar al Señor de la historia, a Cristo nuestro Señor y Redentor, que ilumine nuestro camino, fortalezca nuestras almas, consuele nuestros dolores y nos dé el don bendito de la paz que nos prometió.
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2. En el texto evangélico que escuchamos aparecen reunidos dos milagros: la curación de la mujer que sufría de un flujo de sangre y la resurrección de la hija de Jairo. Los dos milagros están unidos en una única narración. Mientras Jesús iba caminando hacia la casa de Jairo, para resucitar a su hija, curó a la hemorroisa, que se ocultaba en medio de la multitud. El caso de la hemorroisa constituye, con su fe sencilla, un modelo de cómo hay que acercarse a Jesús con una confianza de niño, para alcanzar la salud y llegar a la fe plena, que es prenda de la verdadera salvación. A causa de su fe, la mujer no sólo es curada, sino también salvada. Jesús le dice: “Hija, tu fe te ha salvado... queda curada de tu enfermedad”.
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Más solemne es la segunda escena. Jesús no retrocede ni ante la misma muerte. Anima al padre: “No temas, basta que creas”. La fe auténtica no cede ni siquiera ante el poder de la muerte. Jesús llega a la casa de Jairo, hace salir a todos y teniendo como testigos al padre y a la madre de la niña y a Pedro, Santiago y Juan, entró donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: “Talitá kum”, que significa: “Niña, yo te lo ordeno, levántate”. La resurrección de la hija de Jairo no significa que participe ya, de antemano de la resurrección futura; sino que vuelve transitoriamente a la vida terrena. La chica volverá a morir. Se trata de un signo. Este retorno a la vida de esta niña, como el del hijo de la viuda de Naim y el de Lázaro, es sólo un signo de que Jesús es “la Resurrección y la Vida”. Es el signo de que en Cristo se nos abre la posibilidad de una vida nueva. Jesús tiene poder sobre la muerte, porque Él mismo es la Vida.
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3. Debemos renovar nuestra fe en Jesucristo. Renovar nuestra fe en Jesucristo que nos salva y nos da la verdadera vida. Jesús ha venido para dar la respuesta definitiva al deseo de la vida que Dios ha inscripto en el corazón del hombre. Jesús dijo: “Yo soy la Vida”. ¿Pero qué vida? Se trata de la misma vida de Dios, que supera todas las aspiraciones del hombre: “Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera puede pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman”.
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Jesucristo nos trae una salvación que alcanza a todo el hombre: su alma y su cuerpo. Recordemos la Encíclica “Populorum progressio”, que nos dice que el desarrollo auténtico ha de ser integral, es decir, orientado a la promoción de todo el hombre y de todos los hombres. Nuestro pueblo anhela la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Él ha bajado del cielo para dar la Vida al mundo. Con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural.
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4. En la sesión inaugural de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada recientemente en Aparecida, Brasil, el Papa Benedicto XVI dijo: “Los pueblos tienen derecho a una vida plena, propia de los hijos de Dios, con unas condiciones más humanas”. Entonces debemos trabajar por llevar más y mejor vida a nuestros pueblos. Debemos hacer crecer y madurar en nuestro pueblo una vida digna. Una vida digna es una vida auténticamente humana, una vida digna es la que responde al proyecto de Dios sobre el hombre, una vida digna es la que corresponde a su ser de persona. La dignidad le fue otorgada al hombre por Dios. El hombre fue creado a imagen de Dios. Ésa es su dignidad. La imagen divina está presente en todo hombre. Esta dignidad nunca se pierde. El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. La sociedad y sus estructuras deben estar organizadas para que los hombres alcancen una vida digna.
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Todos tienen derecho a una vida digna.
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La vida es un don de Dios. La vida del hombre es sagrada e inviolable. La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. Desde el primer momento de su existencia en el seno materno, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable a la vida.
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Nuestro niños tienen derecho a una vida digna
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Decía el Papa Juan Pablo II: “Debe reservarse una atención especialísima al niño; desarrollar una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos”. Los hoy llamados “chicos de la calle”, ya forman parte de nuestra realidad cotidiana. La pobreza, la miseria, la desunión de la familia, el abandono de la educación, son otras tantas causas de este mal. En nuestro país hay 400.000 chicos de entre cinco y trece años que trabajan. El trabajo infantil más común en las ciudades es recolectar cartones o limpiar parabrisas en las esquinas. En las zonas rurales el trabajo infantil consiste, principalmente, en ayudar a sus padres en las cosechas. En nuestra provincia los niños trabajan en la cosecha del limón, de la frutilla, y del tabaco. La consecuencia del trabajo infantil es el abandono de la escuela. Así el trabajo infantil condiciona no sólo el presente de nuestros niños, sino también su futuro. El trabajo infantil alimenta el círculo vicioso de la pobreza. Es indispensable combatir las violaciones a la dignidad de los niños. Se debe alentar todo lo que se haga en el orden gubernamental y privado en favor de la niñez abandonada. La niñez debe ser acción prioritaria del Estado y de la sociedad. Los derechos de los niños deben ser protegidos por los ordenamientos jurídicos.
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Nuestros jóvenes tienen derecho a una vida digna
Muchos jóvenes no gozan de un nivel de vida digno: son víctimas del empobrecimiento y de la marginación social. Muchos son los jóvenes que viven una situación de iniquidad, ya que no tienen igualdad de oportunidades para desarrollarse y crecer. Sabemos que muchos jóvenes no tienen posibilidades de trabajar o estudiar, ni pueden progresar y mejorar su situación. Se debe, seriamente, combatir el flagelo de la droga cuyas víctimas principales son nuestros jóvenes. La droga, lo sabemos, mata, destruye a la persona. Aun reconociendo los esfuerzos que se realizan en la prevención y rehabilitación, eso no basta. Hay que hacer más, porque la droga se va infiltrando como el virus de una peste.
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También merecen una vida digna los adultos, hombres y mujeres
Son muchos los adultos que viven en la pobreza y en la indigencia. Hay que reconocer que el crecimiento económico no resolvió el problema de la exclusión y la iniquidad social. Si bien los planes sociales fueron, en su momento, una necesidad para enfrentar la crisis, no solucionan los problemas y cuando se prolongan en el tiempo desalientan la cultura del trabajo. La falta de trabajo sigue siendo una deuda social no saldada. A esto hay que agregar, la iniquidad del pago en negro, tanto de parte de los privados como del Estado.
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Nuestras familias aspiran a una vida digna
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La familia es una de las riquezas de nuestro pueblo. En nuestra patria subsiste el aprecio por la familia. La familia es el ámbito cotidiano que permite el desarrollo integral de las personas. Pero, lamentablemente, con distintas agresiones se encuentra amenazado el ideal de la vida en familia. Una parte importante de nuestras familias está afectada por difíciles situaciones de vida que atentan contra la institución familiar. El desempleo, la indigencia y la marginación, generan la pérdida de los vínculos afectivos y disgregan el núcleo familiar. Sin la debida protección a la minoridad y a la intimidad familiar, los medios de comunicación, muchas veces, entran en los hogares propagando antivalores que hieren de múltiples maneras a la institución familiar. Las autoridades deben proteger a la familia y prestarle una atención particular.
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Vida digna para los ancianos
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Sin duda crece el número de los ancianos. A todos los ancianos hay que garantizarles una vida digna con jubilaciones o pensiones suficientes y con las debidas atenciones médicas y asistenciales. Es un deber de justicia social. No pocos mayores necesitan, además, atención especial por sus condiciones de salud. Pero hay que recordar que los adultos mayores no sólo tienen necesidades materiales y médicas. Requieren, además, prestaciones afectivas y religiosas. En mis visitas pastorales por las parroquias he visitado muchos centros de jubilados. Conozco sus penurias. Debemos saber que los aportes previsionales constituyen una obligación moral y quien no lo hace comete pecado contra la caridad y contra la justicia.
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5. Prosigamos esta celebración implorando la gracia de Dios sobre nuestra Patria. Acudamos a Él, a nuestro Padre, para que nos guíe hacia una vida plena; para que nos ayude a vivir como hermanos. Pidámosle que nuestra convivencia fraterna esté fundada en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor.
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Dios proteja a quienes, por razón de su cargo, tienen responsabilidades ciudadanas: les dé luz, serenidad y comprensión y haga que todos nosotros, bajo el amparo de la Santísima Virgen, Nuestra Señora de la Merced, seamos capaces de construir una patria digna de hermanos.+
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AICA -