Wednesday, September 26, 2007

BASES PARA UN DESARROLLO SUSTENTABLE

La historia fiel reflejo de la verdad de los hechos, nos compromete con el pensamiento y la gestión de los Próceres que forjaron nuestra Patria y nos dieron el preciado sentido de nuestra nacionalidad, plasmando en la estructura axial de la República, el honor de defenderla y proyectarla, desde el ideario de la Revolución de Mayo que le dio origen, para recuperar esos valores de la identidad argentina, que constituyen la reserva moral, religiosa y cultural de nuestro pueblo, porque de ello somos herederos.

Sin duda que el ilustrado pensamiento de esos Hacedores de Patrias constituye la llama inmortal, que ilumina a quienes deseen transcurrir su vida sin desentenderse del bien de la Nación para orientar el rumbo, mientras enormes y reiteradas vicisitudes afecten los más elevados intereses de la Patria.

Si solamente nos limitamos a criticar las consecuencias de los males que nos acucian, sin comprometernos con actitudes por el bien común, para atacar sus causas y hallar el camino adecuado para desterrarlas, dejaríamos un vacío justamente reprochable por las generaciones futuras.

Esa savia que nos legaron nuestros próceres, puede alimentar con fecundidad nuestras aspiraciones, así como la fuerza suficiente y destacada influencia que ejerce un enorme patrimonio cultural, integrado por distinguidas Instituciones y ciudadanos que acompañan estas expresiones de vocación patriótica, para el bienestar general y exentas de intereses personales.

Ese patrimonio no puede ni debe ser utilizado solamente en los ámbitos en los que cada uno actúa; sino que consolidado desde una fuerza interinstitucional que nos identifica, por nuestra vocación y caudal educativo, cultural y formativo, se proyecte orgánicamente sobre las comunidades de la República y lo haga válidamente como un bien social y como tal pertenezca a todos.

Sin duda que ciudadanos distinguidos por su deseo de dignísima recuperación de los más altos intereses de la Nación, están dispuestos a participar de esta convocatoria y en la medida de sus posibilidades, asumir compromisos de acompañarnos, porque como dijo el doctor Manuel Belgrano “Aun hay sol en las bardas y hay un Dios que nos protege”.

Desde aquí estamos lanzando el desafío contra la adversidad que nos acucia. Los Próceres que plasmaron la República; han hablado con elocuencia contundente y unos con la espada y otros con la pluma, nos dejaron un legado inviolable, que hoy entre todos debemos proyectar y encolumnados, comprometernos para asumir los verdaderos valores, tan asediados por las anomias, y dar testimonio de ello revalidándolos en todo acto de nuestra vida.

La gracia de Dios Creador nos concedió un territorio privilegiado amplio y generoso, del que debemos obtener los mejores frutos privilegiando nuestra soberanía nacional y respetando la ecología al servicio del desarrollo humano.

A la vez poseemos una población relativamente escasa pero habilidosa, creativa y con aspiraciones de progreso, con tradiciones familiares y culturales profundas y valiosas y una filosofía directriz, que está alimentada desde una vida interior comprometida con la palabra de Dios. No podemos perder.

Sin embargo entre los habitantes de nuestra Patria, cunde la sensación que hemos retrocedido en la Historia y que por décadas nos hemos ido aislando progresivamente de nuestras raíces y en este erróneo transitar, hemos andado sin un rumbo certero, sin un plan axial sustentable, ni programas adecuados y sostenidos, para alcanzar el desarrollo humano e integral al que todos aspiramos.

Los actuales argentinos hemos debido aprender a crecer en medio de la inestabilidad política, la incertidumbre económica y la precariedad social, por lo que no puede extrañarnos, que se manifieste el deterioro de ciertas virtudes sociales y cívicas y la desvalorización de las Instituciones de la República; con las responsabilidades que les pueda alcanzar a las clases dirigentes, de las que sin duda muchos somos parte.

En lo económico, se añora con nostalgia una Argentina rica y poderosa de la primera mitad del siglo XX, lo que nos inclina al derrotismo con respecto a la situación actual y especialmente a la del futuro. Muchos buscan un destino fuera de la Patria, llevándose las heridas que quién sabe dónde habrán de lamerse en soledad, sin restañarlas.

Olvidamos sin embargo que en esa época, ostentábamos una Capital cosmopolita y arrogante, pero ocultábamos la realidad empobrecida aunque arraigada en regiones enteras del interior de nuestro País. Hoy quizá esta situación es mucho mas cruel, porque la marginalidad azota severamente no solo al interior, sino a los macrocefálicos conglomerados urbanos; y así aumentó la indigencia, la desocupación, la grave crisis de la educación, la salud, la desnutrición, la delincuencia, se perdió el orden público y se abrió un abismo de inseguridad, se degradó la cultura, se van perdiendo principios fundamentales del orden social; con graves riesgos del orden económico y político. Esto sucede cuando se pierde la “tranquilidad del orden”.

Pero esa visión dorada de la Argentina poco recuerda que los verdaderos actores de la riqueza, no siempre recibieron con equidad el fruto de su esfuerzo, y que quienes lo recibieron no lo orientaron a un destino más próspero, porque dilapidaron la rentabilidad del excedente. Sin orientación en mejorar la producción, no potenciaron nuestros mercados con mayor valor agregado en el lugar de origen de la materia prima, ni se promovieron activos financieros para pequeños productores. Así se malogra la movilidad social ascendente.

Tampoco hay que olvidar que la economía mundial de esos momentos privilegiaba productos, como los que salían de nuestras tierras, lo cual ya no ocurre en igual medida, con la consiguiente desvalorización relativa del fruto de nuestro trabajo, ante el escaso incremento del valor agregado; aunque coyunturas esporádicas que regala la naturaleza, alienten alguna esperanza, no afianzada aún en una visión coherente y sustentable del futuro.

Lo inarmónico del desarrollo inarmónico, unido luego a una economía mundial en crisis, no tardó en mostrar desequilibrios y en agudizar tensio-nes y problemas; esto pudo evitarse o al menos atenuarse, si se hubieran analizado las tendencias; establecido políticas y un plan estratégico ante la contingencia; basado en las instituciones sustentables y ajeno a los avatares de las personas, el clientelismo político y la demagogia irreverente.

Solo los errores políticos y estratégicos justifican haber perdido la posición que ostentaba Argentina en la primera década del siglo XX, cuyos salarios, debido a la producción genuina en alza no estancada como hoy, se destacaban entre los mejores del mundo, achicando la banda de pobreza y marginalidad con sus consecuentes secuelas. El PBI p/c nos ubica en el puesto 11° en 1929 descendiendo hasta que en el 2004 nos ubica en el lugar 91°

Por otra parte nuestra cultura política, alterada por graves conflictos inter-nos, ha arrastrado por décadas una tradición excluyente de quien no piensa como uno, con una crítica implacable que afectó la fraternidad necesaria, para afianzar un clima político solidario con los más elevados intereses del pueblo y de la República, que en cambio lo fue con el partidismo político y por el poder prepotente, que no es sinónimo de autoridad y ajeno al interés general.

Hay quienes buscan afanosamente y apelando a mezquinos intereses, la trascendencia y privilegios personales más que aportar ideas y proyectos; poniendo en grave riesgo la institucionalidad de la República, agravada por la dispersión partidista y el consecuente descrédito de la política.

Cuando la política deja de ser un instrumento para la paz y el bien común, se transforma en un miserable juego de intereses.

Pareciera que lejos de proyectarse políticas de estado para el bien común y la fortaleza de la nación, se fueron insertando idolatrías de poder y de riquezas, un afán de ganancia a cualquier precio; apartándose de la virtud moral de la solidaridad y así se van construyendo sistemas que condicionan a las personas y se incorporan personas que sostienen esos sistemas.

Esas idolatrías deterioran la conducta ética y la moralidad pública, pero en el orden social perjudican la democracia política y el desarrollo económico del pueblo y en ese afán se manipulan mercado y estado, sin respetar que no tienen un fin en si mismo ni para quien decide, sino que el uno y el otro deben estar al servicio de la mejor calidad de vida para los habitantes del país. Pero no se debe ni demonizar el mercado ni idolatrar el estado, sino buscar el equilibrio y las mejores ventajas de cada sistema dentro de un plan nacional.

Estos desaciertos nos estancaron primero y nos hicieron retroceder des-pués, ya que en la función pública se acostumbró que unos desestimaran o destruyeran lo hecho por los otros, arremetiendo por igual no sólo contra los errores, sino también contra los aciertos.

También y ante lamentables realidades, declinó el respeto por las instituciones constitucionales y fundamentales de la República y en lo económico, habíamos llegado a imaginar una autosuficiencia, incompatible con la inserción en el mundo interrelacionado de hoy.

La hora actual nos reclama esfuerzos fundamentales, gestos patrióticos y solidarios y nosotros sabemos que miles de argentinos están dispuestos a brindarlos, a reivindicar valores verdaderos, sin alentar falaces creencias ni mensajes subjetivos, que son canalizados como paradigmas de un consumismo uniformado por idolatrías, que se exhiben con procacidad en algunos medios de comunicación; degradando al ser humano, y hasta infectando la mentalidad de la niñez y la adolescencia; así se hipoteca el futuro.

Grandes cambios del mundo occidental y oriental, han incidido sobre facto-res que interactúan con contundencia diversa, pero que inevitablemente nos alcanzan con sus efectos y muchas veces nos involucran en sus resultados, los que serán para nosotros adversos o favorables, según lo acertado de nuestras determinaciones en políticas de estado y relaciones internacionales.

Todo indica que en las últimas décadas, la dura lección está siendo apren-dida y que la sociedad se encamina lenta y sacrificadamente a revertir su postura, recordando años de frustración y de estancamiento y busca, aún con un poco de desconcierto y de agobio, el protagonismo que cada ciudadano debe defender con los hechos morales y dignos, para asumir su rol de actor imprescindible y expresarse con la valentía de sus derechos. Nadie debe someterse como esclavo del estado.

Estadios de decadencia obligan a reemplazar proyectos sociales y sus correspondientes formas de organización social y de administración. Todo cambio social es fruto de una relación nueva entre los programas de go-bierno y los gobernados, pero debe convertirse en un instrumento científicamente idóneo y moral para el crecimiento de la sociedad.

El hombre crece si crece en libertad y la humanidad crece si crece en igualdad. La libertad es el punto de partida de todo crecimiento en humani-dad. Por eso la libertad de conciencia, en la jerarquía de los valores ocupa el primer lugar, el que fundamenta y construye una sociedad con sentido de pertenencia. Si la conciencia no está libre se es esclavo.

En esto el hombre, cada hombre es irremplazable. Nadie crece moral-mente si no crece desde sí mismo y luego se proyecta hacia los demás; es éste el sentido de esta convocatoria.

Estamos ante un gran movimiento histórico de ideas y transformaciones sociales que reafirman la libertad. En ese sentido hay un crecimiento moral de la sociedad, en la medida que se avanza en la asunción de sistemas de libertad, en lo político y en lo económico.

En la conciencia de los hombres dignos y en sus intentos políticos, crece la valoración de la democracia y el respeto de los derechos; los que deben alcanzar con la misma dimensión y justicia a todos los habitantes de nuestro País por igual; sin exclusiones de ninguna índole y con la jerarquía que la dignidad del orden social y político requiere.

A su vez la actividad económica como actividad humana que es, debe ser un ámbito de libertad y avanzar hacia estructuras de libertad en ese sector, constituye también un crecimiento moral.

El desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la produc-ción, están destinados a satisfacer las necesidades de los seres humanos y como tal la vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos para aumentar el lucro o el poder de unos pocos, debiendo estar ordenada ante todo al servicio de las comunidades.

La actividad económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse siempre dentro de los límites del orden moral; con sentido democéntrico.
El drama de la actualidad, tan sensible a la libertad, es la relación intrínse-ca que la libertad tiene con los valores y concretamente en lo socio-económico con la justicia en estos sectores, es decir de algún modo con la igualdad de derechos.

Es dable creer que la población argentina intuye, y buena parte de los expertos la comparten, que las crisis económicas tienen hondas raíces en una crisis moral, que no se puede negar que tiene también aspectos que dependen de nuestro comportamiento cultural. ( S. S. Juan Pablo II)

O nos reorganizamos para elegir el rumbo adecuado o corremos el grave riesgo de no recuperarnos mas y perder la libertad, frente a nuevas for-mas de tiranía y si hemos asimilado valores, no debemos ser espec-tadores sino activos partícipes para evitarlas, dando ejemplo de esos valores y ayudar a educar al pueblo en ellos, para que los asimilen y los sostengan.

Para este logro debemos motivar efectores multisectoriales por el camino de la educación y la cultura, desde el más puro sentimiento de Patria. En las distintas comunidades existen para ello muy calificados recursos humanos; ese patrimonio cultural que hemos citado y que sin duda la sociedad entera acompañará para incrementarlo y fortalecerlo.

También debemos realizar una reflexión que oriente a proporcionar un marco ético a un necesario nuevo sistema productivo, pero habrá que señalar actitudes que deben cambiar. El ser humano debe ejercitar su propia subjetividad creativa, para mejorar la subjetividad social y alcanzar así un mayor desarrollo personal, familiar y comunitario en libertad.

Es preciso asumir en plenitud la responsabilidad personalizada de trabajar como un deber y proyectar una cultura del trabajo con un ingrediente de solidaridad; con espíritu humanista y promover una estructura institucional adecuada a estas circunstancias.

Es necesario propiciar unidos proyectos regionales que nos convoquen y contribuir con la fortaleza de la identidad nacional y las posibilidades que el ámbito geopolítico y ecosociocultural nos ofrece, para orientar cada proyecto.

Esto exige una modificación fundamental en las actitudes de la población hacia algunos aspectos decisivos para el crecimiento económico y el orde-namiento social y hacerlo significa participación activa.

Ello conlleva la responsabilidad que se acepte firmemente la noción que el éxito, debe ser el resultado del esfuerzo de cada uno y no simplemente de la protección de situaciones particulares, o de un mero asistencialismo a expensas del bien general. Debemos asumir todos una cultura del tra-bajo y desterrar la de la dádiva. Este es el camino hacia la paz social.

En esta línea de pensamiento nos encontramos con la responsabilidad del poder político. La historia nos dejó en su legado la idea que las libertades de los hombres en lo público, en lo económico y en lo social, son orientadas hacia el bien de todos por el poder político, porque su finalidad es servir a la paz por el orden social.

El poder político por la ley tiene como objetivo hacer que el ciudadano, hombre libre, se comporte como también es, un ser social. El poder político conduce hacia la justicia por la estructura legal que construye, pero debe construirla con absoluta solvencia de lo que el pueblo necesita, para que por la legalidad se asegure la igualdad de oportunidades como de trato

Por este camino se consolida el crecimiento para la grandeza de la República, sin exclusiones ni orientaciones estructuradas sobre falacias políticas ni ideologías disociantes o ajenas a nuestra antropología cultural.

El Estado para cumplir su misión, necesita del aporte de todos sus habitan-tes. Un aspecto de esta recuperación de la legalidad y de la legitimidad, es la necesidad de respetar la Constitución Nacional y las leyes de la Re-pública de cumplimiento intangible, sin permisividades interesadas o maliciosas.

Pero es necesario elaborar un sistema legal y fiscal que imponga equitativamente las cargas y que fundamentalmente sea administrado con honestidad; que el dinero vaya al pueblo, sólo así podrá crearse la obligación de conciencia de los contribuyentes y consolidar el orden económico sin injusticias, sin marginar, ni privilegiar a nadie, promoviendo el desarrollo humano.

El verdadero desarrollo no se manipula, sino que se construye sobre la base de plataformas claras, respaldadas por planes concretos de corto, mediano y largo plazo; con contenidos de proyectos específicos de cada necesidad socioeconómica y a ello nos debemos sumar para ayudar.

Nuestra historia nos enseñó que a menudo el fanatismo, condujo a impo-ner una concepción de la verdad que no era tal para el resto de la socie-dad, por no respetar el bien común. Esta es una forma de cohibir la libertad, de la misma forma que se la conculca cuando se abandonan los compromisos en los que el pueblo creyó y respaldó con su voto.

El mandatario no puede traicionar la voluntad del mandante; un nuevo sis-tema político debe asegurar el resguardo de estos desvíos y contener reglas estrictas que los impidan sin dilaciones.

A poco que se analice el pasado y tomándolo como un ejemplo, vemos como se promovieron falsas expectativas en las poblaciones alejadas de las grandes ciudades y se despobló gran parte de nuestro rico territorio, mal alentados sus habitantes por quimeras citadinas. Es que algunos gobernantes y su entorno, se olvidaron que nuestra Bandera ondea hasta los confines de nuestras fronteras y allí está también nuestro pueblo.

Esos olvidos dieron origen a las macrocefalias demográficas, sin proveer ámbitos laborales ni asentamientos dignos y desalentando espacios geo-políticos de enorme valor y mejor destino. Esa fue la falacia de hacer creer que solo la ciudad posibilita la movilidad social ascendente.

Este error dejó miles de desorientados, que inadaptados para un cambio que no imaginaban y sin que desde el Estado y la dirigencia se los capacitara para advertir su situación futura, provocaron con los años muchos de los graves conflictos que hoy nos aquejan, con secuelas de extrema gravedad social y malogrado porvenir.

Los conflictos sociales no son normalmente producto de la embriaguez de una noche, sino el resultado de políticas incoherentes y decisiones equivocadas para orientar un futuro armonioso y pacífico.

Por otra parte es menester establecer un acuerdo social de intangible cumplimiento, donde los valores fundamentales y la dignidad humana sean el pilar axial de la Nación y un pacto fiscal, entre el Estado que presta servicios o los regula y los ciudadanos que pagan impuestos por ellos; sin que estos sean el botín de políticos inescrupulosos.

Este es un compromiso inviolable para ambas partes, sin desvíos por pequeños que sean y en este aspecto las instituciones civiles tienen la palabra. Estos son los pilares para un orden social que merece ser vivido.

También debemos reconocer que las pequeñas omisiones, corrup-ciones y abusos en los que caemos cada día, construyen un país co-rrupto, que a veces se denuncian sólo en los grandes hechos; sin destacar que estas degradaciones afectan a culpables e inocentes y que muchos de nosotros mismos somos parte de los culpables.

Recordemos que estadísticas veraces demuestran que el 40% de la pobla-ción evade impuestos y cifras mayores cometen alguna infracción coti-diana contra el ordenamiento legal de la República; pero por lo general cri-ticamos la paja en el ojo ajeno, sin advertir que así se inicia la degradación de la moral, porque nos sobra soberbia y carecemos de autocrítica.

Baste para sintetizar la orientación de nuestros objetivos de ayudar al desarrollo integral de la Nación, tener siempre presente que cada persona necesita la vida social como una exigencia intangible de la naturaleza humana y sus capacidades se potencian por los intercambios con otros en un marco moral.

Pero ese intercambio se hace más fructífero, cuando está encolumnado dentro de Instituciones con ideales altruistas e imbuidos de dignidad y patriotismo para el bien común, donde no existan resquicios para mez-quindades, ni desvíos por intereses espurios; partidismos grupales o re-vanchismos insanos.

Una Institución será trascendente, cuando esté constituida por personas ligadas de manera orgánica, sedimentada en una filosofía de vida común, afianzada en principios de unidad que posibilite lograr resultados que individualmente no se alcanzarían, lo cual le asegura que perdurará en el tiempo.

Pero hay que destacar siempre que el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana y su destino trascendente, y esto incluye sin desvíos tanto a gobernantes como a gobernados y se logra si todos obran con sabiduría, fortaleza, entendi-miento, piedad, ciencia, consejo y amor a Dios.

Resulta imperioso no olvidar que todo accionar humano debe asegurar que su gestión no posibilite la inversión de los medios y de los fines, porque la inversión lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, porque ese error engendra estructuras injustas y destruye la esencia de comunidad y de nación.

Recordemos que la nación es un proyecto común de personas iguales y que para lograrlo hay pilares fundamentales a los que todos deben tener acceso: educación, salud, seguridad social, humana y jurídica.

En tal sentido las ONG tienen un rol importante si sostienen principios de respeto por la ley natural, el orden público y los derechos fundamentales de las personas. Para alcanzar tan elevados objetivos es indispensable trabajar con pasión por la verdad y amor por el bien común, revitalizando los valores esenciales de las personas, la familia, la sociedad, la Patria.

Fr+Dr. Ricardo A. Munafó Dauccia O.B +BH
BAILÍO HEREDITARIO DE LA ORDEN BONARIA.-